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Nacionalismo Eurpa Siglo XIX: Unificación de Italia

La unificación italiana

A mediados del siglo XIX Italia contaba con 25  millones de habitantes. Poseía suficiente potencial humano y económico como para constituir un gran país, pero no lo era: su fragmentación política y la dependencia de Austria lo impedían. 
No lograría desarrollarse hasta completar su unidad.

El origen del proceso tuvo lugar en los territorios del norte, los más industrializados, ricos y socialmente avanzados. Fue allí donde se desarrollaron una serie de revueltas antiaustríacas, de carácter liberal, enmarcadas en un movimiento intelectual, cultural y unitario denominado “Risorgimento”.

Italia antes de la unificación
 
A inicios del siglo XIX Italia era una expresión de carácter geográfico (tal y como sostenía el canciller austríaco Metternich) con un glorioso pasado cultural. Carecía de unidad política, es decir, no constituía un Estado, sino que se hallaba fragmentada en varios. Algunos de ellos eran independientes, pero otros -antaño libres- se hallaban ahora bajo el control de potencias “extranjeras” como Austria, principal obstáculo de la unificación.
Napoleón Bonaparte en sus conquistas invadió la península e incorporó los estados italianos a su Imperio. Su derrota llevó consigo la reconfiguración político-territorial de Europa, establecida en el Congreso de Viena (1815). A partir de entonces, Italia quedaba constituida por siete estados:

En el Norte
El Reino de Lombardía-Venecia
Estaba integrado por:
  • El antiguo Ducado de Milán, también denominado Milanesado (en Lombardía), desde 1706 en poder del Imperio Austríaco.
  • La antigua República de Venecia que había jugado un importante papel durante el Renacimiento, pero que se encontraba desde 1797 bajo el dominio de los austríacos .
Venecia. Ampliar imagen
El Reino de Lombardía-Venecia estaba regido por la casa de los Habsburgo.
Los ducados de Parma, Módena y Toscana (ésta última, en el centro-norte de la península) estaban gobernados por príncipes de ascendencia austríaca y de facto dependían del Imperio.
Tanto el Reino de Lombardía-Véneto, como los ducados, estaban tutelados por gobiernos antiliberales de origen extranjero.
El Reino de Piamonte-Cerdeña
Carlos Alberto de Saboya, rey del Piamonte-Cerdeña desde 1831 hasta 1849. Ampliar imagen
Carlos A. de Saboya
Era políticamente independiente y estaba dirigido por la dinastía de los Saboya, de ascendencia italiana y protagonista de excepción en el proceso de unificación. Con capital en Turín y contando con Génova como importante centro comercial, constituirá el motor de la unificación.
En el Centro
Los Estados Pontificios
Integrados por los siguientes territorios: Romaña, Marcas, Umbría, Lacio, Pontecorvo y Benevento, con Roma como capital. Sus gobernantes eran los papas, desde 1846 Pío IX, auténtico monarca absoluto, opuesto a la unificación al tiempo que profundamente antiliberal.
Pío IX, pontífice y soberano de los Estados Pontificios. Ampliar imagen
Pío IX
Los Estados Pontificios cayeron en poder de los franceses durante las guerras napoleónicas, pero tras el Congreso de Viena fueron reintegrados a los pontífices.
En el Sur
El Reino de las Dos Sicilias
Francisco II. rey de las Dos Sicilias, desde 1859 a 1861. Ampliar imagen
Francisco II
Estaba compuesto por Nápoles y Sicilia y era gobernado de modo absolutista por la dinastía de los Borbones.
Desde el punto de vista socioeconómico, había grandes diferencias entre el norte y el sur. El primero, industrializado tempranamente y con una emprendedora burguesía. El segundo, profundamente agrario, poblado por campesinos dependientes de una aristocracia anclada en el pasado. Esta disparidad regional será uno de los principales obstáculos con que se tope el proceso de unificación.






Factores de la unificación italiana

Ideológicos
Durante la primera mitad del siglo XIX el movimiento romántico fue determinante en el desarrollo del nacionalismo italiano. Destacados escritores como Manzoni y Leopardi, filósofos como Gioberti o músicos como Verdi y Rossini, preconizan en sus obras la existencia de una patria italiana unida frente a las injerencias de las potencias extranjeras, especialmente Austria.
Alessandro Manzoni (1785-1873), escritor. En su obra más coloncida ("Los novios"), deja entrever su oposición a la presencia austríaca en Italia. Ampliar imagen
Alessandro Manzoni
Se abre camino la idea del “Risorgimento”, es decir, el “resurgimiento” de una Italia unida, como lo había sido durante la gloriosa antigüedad romana. Defendía una identidad cultural y unos sentimientos específicamente italianos.
Políticos
Hasta la primera mitad del siglo, los intentos de unificación fueron débiles, limitándose a acciones más encaminadas a derrocar las monarquías absolutistas por parte de miembros de sociedades secretas como la de los carbonarios, que a una acción coordinada y unificadora.
Las concepciones de los nacionalistas italianos pueden concretarse en tres modelos:
El neogüelfo
El pontífice Pío IX. Ampliar imagen
Pío IX
Representado por Gioberti (1801-1852), sacerdote liberal que defendía que la unidad italiana habría de conseguirse en torno a la figura del Papa, plasmándose en una confederación de estados italianos. La llegada al pontificado de Pío IX, alimentó las esperanzas de muchos católicos, aunque posteriormente, dicho papa abandonó su inicial política liberal y se reveló como un profundo antiliberal y antinacionalista.
El republicano
Su máxima figura fue Mazzini (1805-1872). Genovés, defendía una Italia unida organizada como república. Antiguo carbonario, fundó la sociedad nacionalista secreta “Joven Italia” que disponía de células repartidas por todo el territorio italiano. Presidió la breve República Romana creada en los territorios de los Estados Pontificios como consecuencia de la revolución de 1848.
Mazzini. Ampliar imagen
Mazzini
Dos años más tarde, la república sería disuelta por la intervención de las tropas francesas que repusieron al papa Pío IX como gobernante de sus antiguos estados. Este modelo representó la tendencia más radical y progresista de cuantas hubo, si bien no llegó a cuajar en la práctica.
El monárquico
Víctor Manuel II de Saboya, rey del Piamonte-Cerdeña. Ampliar imagen
Víctor Manuel II
Representó el ejemplo más influyente de todos. Su protagonista más cualificado fue el conde de Cavour, partidario de la unificación en torno a la monarquía constitucional del Reino del Piamonte-Cerdeña, que a partir de 1849 contaría con la inestimable figura del rey Victor Manuel II, de la casa de Saboya.
Sería este modelo unitario el que se impondría a la larga, dando como resultado la entronización del rey del Piamonte como primer rey de Italia.
Económicos
Entre los factores económicos que propiciaron la unificación italiana, destaca el importante papel desempeñado por los industriales y comerciantes del rico norte, quienes, desde una perspectiva económica, alentaron y apoyaron el proceso. Pretendían, desde un punto de vista moderado, conseguir la creación de un mercado unificado, dotado de eficientes comunicaciones y una buena infraestructura viaria que diera salida a la producción industrial. La fragmentación política y territorial de Italia representaba un serio obstáculo para el comercio, por lo que era preciso eliminar las barreras aduaneras que impedían la exportación de mercancías desde el norte al sur de la península. Ese sur, por su parte profundamente desindustrializado, fue considerado por los industriales piamonteses como un interesante mercado donde vender sus artículos.



Etapas  de  la unificación italiana 

El proceso de unificación atravesó por las siguientes fases:

La guerra contra Austria de 1848:
La sublevación de Milan contra el poder austríaco (dentro del proceso revolucionario de 1848) impulsó a Carlos Alberto de Piamonte a acudir en su ayuda. Lombardía y Venecia también se unieron a Piamonte, declarando su independencia de Austria.
Joseph Radetzky. Mariscal austríaco . Ampliar imagen
Joseph Radetzky
Pero la derrota de las tropas piamontesas a manos del mariscal austríaco Radetzky en Custozza (1848) y Novara (1849), obligaron al rey piamontino a abdicar en su hijo Víctor Manuel, que tenía un mayor grado de implicación en el proceso que su antecesor.
Simultáneamente, en los Estados Pontificios, estallaba la revuelta contra el papa Pío IX, que se vio obligado a huir. Se instauró una República con Mazzini a la cabeza. No obstante, dos años más tarde, en 1850, tropas francesas irrumpieron en Roma y restauraron el poder del pontífice, convirtiéndose en garantes de su independencia. A partir de ese momento los Estados Pontificios se transformaron en un serio escollo para la unificación y una amenaza para el liberalismo.
El intento de unión de 1848 fue un fracaso, los nacionalistas habrían de esperar una coyuntura más favorable para llevar a cabo sus aspiraciones. No obstante quedaba clara la existencia de un sentimiento nacional que impregnaba a importantes sectores de la población y que contaba con las simpatías de potencias extranjeras como Francia y Gran Bretaña.
La anexión de Lombardía (1859)
Aliado con Napoleón III de Francia mediante el pacto secreto de Plombières, el conde de Cavour, primer ministro del reino del Piamonte, acometió la tarea de expulsar a las tropas austríacas del reino de Lombardía-Véneto. En las batallas de Magenta y Solferino las tropas austríacas fueron derrotadas y perdieron Lombardía, pero no así Venecia, debido a que Francia, firmó a espaldas de sus aliados la paz con Austria.

Batalla de Magenta. Tuvo lugar el 4 de junio de 1859 entre las tropas unidas del Piamonte-Cerdeña y las francesas de Napoleón III. Representación del pintor italiano Fattori. Ampliar imagen
Batalla de Magenta (1859)
Batalla de Solferino. Se dirimió el 24 de junio entre las tropas austríacas dirigidas por el emperador Francisco José I y las del reino del Piamonte (Víctor Manuel II) y Francia. En el cuadro del pintor Jean-Louis-Ernst se aprecia el alto mando francés presidido por Napoleón III Bonaparte. Ampliar imagen
Batalla de Solferino (1859)
La integración de los territorios del norte (1860)
Mediante una compensación territorial (cesión de Saboya y Niza) Cavour se ganó la colaboración de Napoleón III. Mediante plebiscitos (referéndums) alentados por Piamonte se consiguió la adhesión de Parma, Romaña, Módena y Toscana (1860).
Por su parte, Garibaldi, caudillo del nacionalismo italiano en su sentido más democrático y aventurero, se dirigió desde Génova con sus “mil camisas rojas” hacia el Reino de las Dos Sicilias. Conquista Palermo (Sicilia) y más tarde Nápoles.
Garibaldi conquista Palermo (Sicilia). Ampliar imagen
Conquista de Palermo por Garibaldi
El reinado de los Borbones en Italia llega con ello a su fin.
Giuseppe Garibaldi (1807-1882), héroe de la unificación italiana. Comandante de su propio ejército (los famososos 1000 Camisas Rojas) su figura constituye una mezcla de aventurero y militar. Su principal acción fue la conquista del reino de las Dos Sicilias, que condujo a la eliminación de la monarquía absolutista de los Borbones. Ampliar imagen
Garibaldi
Tras las incorporaciones de 1860, sólo restaba para completar la unidad la adhesión de los Estados Pontificios y Venecia. En 1861 muere Cavour sin ver rematada su obra. Meses antes, el primer Parlamento italiano, reunido en Turín, había dado a Víctor Manuel el título de rey de Italia.
La agregación de Venecia (1866) y los Estados Pontificios (1870)
Escena de la batalla de Lissa (20 de julio de 1866). La flota italiana fue derrotada por la austríaca. Ampliar imagen
Batalla naval de Lissa (1866)
La guerra entre Austria y Prusia que estalló en 1866 dio una nueva oportunidad al joven Reino de Italia para anexionarse Venecia. Sin embargo, los italianos, aliados de los prusianos, fueron vencidos por Austria de nuevo en Custozza y su flota destruida en Lissa.
No obstante, la victoria prusiana de Sadowa supuso la incorporación definitiva del territorio Véneto.

En lo que respecta a los Estados Pontificios, se encontraban protegidos por una guarnición francesa. Garibaldi, en 1867, había fracasado en su intento de tomar la capital. En 1870 Francia y Prusia entraron en guerra, los franceses, retiraron sus tropas de Roma y los italianos lograron completar su unificación. En 1871 la ciudad se convirtió en la capital del nuevo Estado. El Papa Pío IX se refugió en el Vaticano, donde se consideró a sí mismo un prisionero. 




El nuevo Estado Italiano

La creación de Italia como Estado unificado supuso la desaparición de las antiguas fronteras, así como la homogenización legal y monetaria. Pero al mismo tiempo, la nueva entidad hubo de enfrentarse a una serie de problemas que dificultaron su cohesión:
  • El rechazo del papado a admitir la nueva situación enturbió las relaciones con las autoridades italianas. Hasta la firma de los Tratados de Letrán entre Mussolini y la Santa Sede en 1929, no se normalizaron los vínculos entre ambos estados. Ello ocurría en un país extremadamente arraigado al catolicismo y donde he hecho religioso estaba íntimamente ligado al político.
  • La brecha entre un norte rico, industrializado, urbano e integrado en la economía europea, y el sur preindustrial, agrario y pobre se agrandó. Esa desigualdad económica y social persistió durante el siglo XX y aún hoy constituye una realidad.
  • Políticamente los italianos se decantaron por dos grandes grupos: de un lado, los liberales, representantes de los industriales y comerciales del norte; por otro, los conservadores, defensores de los intereses predominantemente agrarios del sur.
Escena capesina pintada por Fattori en su obra "Reposo". Ampliar imagen
Escena agrícola
  • El nuevo Estado adoptó el régimen de monarquía parlamentaria, siguiendo el modelo del Piamonte, pero el voto no se extendió a grandes capas sociales hasta 1913, quedando la representación relegada a una minoría, sujeta a menudo a corruptelas.
  • Los beneficiarios políticos de la unificación fueron los burgueses del norte. Por contra, republicanos y demócratas (Garibaldi, Mazzini) se vieron superados por los monárquicos moderados. Su relevo lo tomarán los movimientos de carácter social del último tercio de siglo y primero del siglo XX, encarnados en ideologías como el anarquismo o el socialismo.
Con todo, la unificación convirtió a Italia en una gran potencia, que jugó un importante papel en el seno de Europa a lo largo del siglo XX. No obstante una parte de población quedaba un tanto al margen del sentimiento nacional, lo que obligó al nuevo Estado a fomentar institucionalmente dicho espíritu.